Ya sabéis que yo en el blog os hablo de mis experiencias en el mundo de las letras, de la opinión que tengo sobre algunas novelas que leo y de todo lo que considero que puede ayudaros tanto a la hora de escribir como de leer. Pero, de vez en cuando, también escribo sobre algún otro asunto que me parece interesante o me inquieta como puede ser la educación, los cuentos clásicos, etc. Pues hoy es uno de esos días en los que os voy a hablar de esas otras cosas.
Imaginaros que estáis frente al ordenador o frente a vuestro cuaderno (yo muchas veces sigo escribiendo a mano y luego lo paso al procesador de textos) redactando una parte importante, muy importante, de vuestra novela; en el clímax de un capítulo, cuando tenéis que relatar, por ejemplo, el modus operandi de un asesino o los pensamientos de uno de los personajes principales o, quizá, el desenlace final de la obra, y entonces:
¡¡¡Plon!!!
¿Qué será ese ruido? os preguntaréis y yo os digo, tranquilos, no es una bomba, son los vecinos.
Sí, los vecinos es el tema de mi entrada de hoy porque gracias a ellos, mi musa suele hacer las maletas y se va de vacaciones. Vuelve cuando mis conurbanos, ocasionales de fin de semana y de periodos estivales como el verano, ahora es verano, ya lo es, se han ido. Ella, mi musa, que puede, lo hace y me deja sola con la única compañía de esos vecinos. Por cierto, el plon era una de las puertas principales de la casa. O no saben usar las manillas o no tienen.
Mis vecinos, como los vuestros, porque estoy segura de que a vosotros este tipo de cosas también os suceden, no creo que sea yo la única con este peso que aguantar, son de esos que cuando van a cualquier sitio tienen que ser siempre el centro de atención y que para conseguirlo no dudan, por ejemplo, en poner un partido de futbol (el que sea) durante toda la tarde a un volumen desorbitado. En el caso concreto del que os hablo era un partido del Athletic de Bilbao y os puedo asegurar que escuchar a voces, gritos más bien, la rueda de prensa completa de Marcelo Bielsa (todavía era entrenador del equipo bilbaíno) puede ser muy duro. Durísimo. Tras el partido completo, con su descanso y sus anuncios, más de una hora escuchando a Bielsa. Daba igual en qué lugar de casa quisieras esconderte porque lo seguías oyendo. Por supuesto, olvídate de hacer nada durante ese tiempo porque en tu cerebro sólo se oyen las palabras de Bielsa. Sólo Bielsa.
Estos vecinos de los que os hablo, de noche y de día, se dedican a meter ruido constante. Debe ser parte de alguna especie de ritual vudú y, por eso, algunos sonidos parecen proceder del mismísimo infierno. Y no, no estoy exagerando. Los padres y los niños gritan de forma incomprensible vocablos inexistentes y palabras atropelladas acompañadas de otros gritos que, llega un momento, en el que no sabes si son ellos de verdad o es que se han dejado puesto (a voces, siempre a voces) un documental de La2 de alguna especie de animal agonizante devorado por un cocodrilo o un león en el África profunda.
Otra característica de este tipo de vecinos vacacionales y de fin de semana es que no suelen tener ningún tipo de consideración por el conurbano afincado en el barrio o la urbanización todo el año (es decir, por mí) y les da igual molestarte porque normalmente te ignoran por completo. Da igual que hables con ellos de forma amable y les digas que tengan cuidado con el ruido que hacen o que sean, por favor, mejores vecinos, porque les entra por un oído y les sale por el otro. Una pequeña charla con ellos sobre normas de civismo sólo surge efecto para dos días y dos noches, a lo sumo. Como un hechizo de cuento. Luego, a media noche, la carroza se vuelve a convertir en calabaza. Y además, en la calabaza más fea.
Estos vecinos van a lo suyo sin reparar en tu existencia. Eso provoca situaciones en las que ellos ríen, beben, cantan y se divierten hasta altas horas de la madrugada mientras tú te peleas con la almohada y deseas que caiga un meteorito sólo en su casa. Imagínate intentar que de tu cabeza salga algo productivo al día siguiente. Imposible. Sencillamente imposible. Ese día, hasta unos simples macarrones con tomate te saldrán mal. Se te pegará el tomate y la pasta se quedará reseca. Cualquier cosa improbable que pueda ocurrir con unos tristes macarrones con tomate, sucederá.
Recordad que, a estas alturas, la musa ya ha hecho las maletas porque no le apetece escuchar las ridículas conversaciones que a veces mantienen estos vecinos. Nos os lo había comentado, aunque me imagino que ya lo habréis deducido, estos vecinos de los que os hablo no saben conversar más que de fútbol, fútbol y fútbol. Bueno, no es del todo cierto porque a veces también hablan de otros vecinos. Y yo lo sé porque las paredes son de papel y ellos hablan o gritan o dan voces o chillan, cada uno que le ponga el verbo que quiera, a un volumen audible en Krypton. Superman no ha venido a salvar la tierra. Eso es una tapadera. En realidad ha venido a localizar a vecinos como los míos y eliminarlos. O mejor, a capturarlos y utilizarlos como armas de destrucción masiva contra planetas enemigos.
Así son mis vecinos, pero lo que peor llevo no son estos pequeños detalles de su personalidad (son pequeños porque su personalidad, al igual que sus cerebro, debe ser del tamaño de un guisante) sino esa especie de juego que tienen montado en casa con las sillas y las mesas. No os podéis ni imaginar el ruido ensordecedor que pueden provocar una cuantas sillas (no sé exactamente las que tienen, pero calculo, por el ruido, a ojo de buen cubero, que deben de ser cerca de la centena) siendo arrastradas, como vulgares sacos de basura, por las baldosas de un salón sin otro freno que el sentido común (del que también carecen) de mis vecinos.
En fin, como de todo lo malo se puede sacar algo bueno, gracias a mis vecinos que me proporcionaron, durante el verano anterior, tantas horas sin mi musa y de improductividad, tuve grandes ideas que hoy se han convertido en una novela corta sobre la convivencia que espero poderos enseñar un día no muy lejano. ¿Quién sabe? A lo mejor, si consigo publicarla, les dedique a mis vecinos un ejemplar.