
Título: Rebeca
Autora: Daphne du Maurier
DeBolsillo (2006)
Páginas: 464
«Anoche soñé que volvía a Manderley…»
Pocas frases han logrado convertirse en una invitación tan potente como esta para adentrarnos en una historia repleta de sombras, secretos y obsesiones que va más allá de los celos, como en demasiadas ocasiones se mal resume la novela Rebeca, de Daphne du Maurier. Se trata de un libro de suspense gótico, escrito en 1938, con una profundidad psicológica extraordinaria en la que nos perderemos (ya veremos si somos capaces de salir airosos) en un laberinto de emociones muy intensas en el que la identidad, la autoestima y el pasado se entrelazan para devorarnos. A nosotros como lectores y a los personajes, incluso a los edificios, como la propia mansión Manderley.
Su protagonista, una joven de la que desconocemos su nombre a pesar de ser la narradora y uno de los personajes principales, se casa con el enigmático viudo Maxim de Winter, y de su mano llega a la mansión Manderley con la ilusión de un nuevo comienzo; sin embargo, el recuerdo de Rebeca, la primera esposa del señor de Winter, parece impregnarlo todo. No es un fantasma en el sentido literal, pero su presencia es tan poderosa que incluso desde la tumba domina la vida de los personajes.
Sobre el resto del argumento, lo que pasa y lo que no, es complicado hablar de él sin caer en el destripe innecesario, pero os aconsejo sin duda leer el libro; y no solo por su calidad (de la que hablaremos enseguida), sino porque, estoy segura, muchos creeréis conocer la historia por la adaptación que Alfred Hitchcock hizo en 1940 de ella (ganó el Óscar a la mejor película), pero lo cierto es que el filme, debido a las restricciones del Hollywood de la época, no pudo ser completamente fiel a la novela, sobre todo en su desenlace. Un final diferente que deja una sensación distinta a la que ofrece Hitchcock. La adaptación que Ben Wheatley hizo en 2020 para Netflix es más parecida al libro.
Sobre las restricciones de Hollywood, se trata del conocido como código Hays, un reglamento de producción que en aquellos años, estamos en los 40 del siglo XX, decía qué podía verse en pantalla y qué no en las películas estadounidenses. Censura, vaya. Por eso mi consejo es que leáis el libro. Para conocer todas las versiones.
De regreso a la novela, uno de sus aspectos más fascinantes es su estructura. Du Maurier nos guía por un suspense muy bien hilado, meticuloso, donde cada detalle parece esconder algo más. A menudo se la compara con Jane Eyre, parecido justificable, pero Rebeca es más inquietante y ambigua. Es un libro que se podría calificar de literatura de atmósferas. Esto es un tipo de sensación que el autor genera en la narración a través de la ambientación, el escenario, los personajes y los sucesos. Gracias a ello, si está bien hecho (cosa, os lo aseguro, nada fácil), el lector capta impresiones que no siempre son conscientes, llevándolo a experimentar diferentes estados de ánimo mientras lee. Así, el ambiente es crucial para que el lector se sumerja en la historia. Rebeca también es, por supuesto, a mi entender, literatura de silencios. Es decir, a veces, lo que no se dice pesa más que lo que leemos; y lo que imaginamos es más potente que lo que vemos. Ese juego está muy bien construido y eso nos hace ser parte activa de la narración.
Manderley y el peso de la ausencia
Es la historia de un matrimonio marcado por el pasado y también, en cierto modo, un estudio sobre la inseguridad, el miedo y la obsesión. Algo que se aprecia en la narradora sin nombre, la segunda mujer del señor de Winter. Su evolución, desde la ingenuidad hasta el conocimiento amargo de la verdad, está escrita con tal sutileza que hace que nosotros, lectores, la acompañemos en cada duda, miedo y/o descubrimiento. Su vulnerabilidad contrasta con la imponente sombra de Rebeca, una mujer que, aunque muerta, parece más viva que la propia protagonista.
Además de todo esto que os cuento, no puedo dejar de mencionar la propia mansión. Manderley, sus jardines, sus habitaciones cerradas, sus pasillos que parecen siempre esconder multitud de secretos —¿cuántos? No somos capaces de saberlo— aumentan esa sensación de inquietud que recorre toda la novela. La descripción de du Maurier es tan vívida que es imposible no imaginar cada detalle de la casa.
Rebeca es, por tanto, una obra que nos desafía y que juega con nosotros. Un libro que os recomiendo leer porque os aseguro que después, sin daros cuenta, os imaginaréis muchas veces cruzando la verja de Manderley. ¿Para entrar o para salir? Vuestra será la elección.



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