
Una pequeña fantasía literaria sobre lo que ocurre en el interior de los libros cuando los cerramos.
Hay un silencio muy peculiar que solo existe dentro de los libros cerrados. No es el del polvo acumulado en los muebles o el de una habitación siempre vacía. Es uno que a mí se me antoja más antiguo y, quizá, más denso. Tal vez como el que queda en un teatro tras la última función, cuando las máscaras se dejan colgadas de percheros y clavos, y los telones se arrugan sobre sí mismos. Es el silencio de las palabras que esperan.
Los personajes de los libros —esos seres hechos de tinta y misterio— no duermen cuando cerramos el libro. No saben dormir. Se quedan ahí, entre páginas apretadas, con la vida suspendida, en silencio, escuchando. ¿Y qué escuchan?
El tictac de nuestro mundo.
El crujido de la madera de la estantería en la que reposan.
El sonido de una frase que se ha quedado a medias.
La risa del lector en la página 37.
El llanto en la 143.
Escuchan incluso los suspiros con los que, a veces, pasamos la hoja.
A veces se hablan entre ellos, en voz baja, y comparten el dolor de su condena; es decir, estar vivos solo cuando alguien los lee o se acuerda por algún motivo de ellos. Se cuentan lo que son o fueron y lo que no llegaron a decir porque su historia nunca se leyó por completo. Se inventan futuros posibles que no están escritos ni les pertenecen, amores alternativos y venganzas contra otros como ellos o contra quien les creó. Prometen rebelarse algún día, salirse del margen de las páginas y, quién sabe, fugarse a otro libro.
Sin embargo, nunca lo hacen. Esperan, escuchan y cuando al fin alguien los vuelve a leer, respiran otra vez y el mundo —su mundo— vuelve a latir.
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Muy interesante, una bonita fantasía.
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Hola, Felix.
Muchas gracias. Me alegra saber que te ha gustado este particular texto.
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