Inspiraciones I: Las tormentas de mi infancia

Empieza una nueva minisección en la que compartiré con vosotros pequeños detalles (pero no por pequeños serán poco importantes) que más me inspiran a la hora de escribir y que, quizá, también puedan inspiraros a vosotros. Hoy, las tormentas.

Las tormentas de mi infancia huelen a flores y son parte importante de mi imaginación. Musas de humedad y color que me ayudan a crear historias. Y es que la imaginación bebe de mil lugares muy distintos y, quizá, los recuerdos sean una de sus mayores fuentes. Nunca desechéis el recuerdo como inspiración, sea este más o menos real porque los recuerdos, eso también debemos tenerlo en cuenta, tienden a cambiar con el paso de las estaciones.

Llueve. Empiezan las primeras gotas a repiquetear en el cristal. Las oigo. Me asomo y, ¿sabéis una cosa? Todavía puedo oler las flores.

Hay flores que son historias. Hay flores que son personajes. Hay historias…

Creadora de historias

Y esta soy yo. Creadora de historias. Un yo que busca, siempre busca, en ese futuro incierto, cómo enderezar la pared, aunque eso suponga tirarla abajo para empezar de nuevo. Porque una pared torcida es una pared enferma que acaba por derrumbarse. Y a mí me gustan las paredes bien hechas.

Escribanos, pues, esa pared y hagamos que perdure más allá del tiempo y la memoria. ¿Me acompañáis?

La memoria de lo no vivido

Ahora que se acerca el final de año, tendemos a hacer balance de todo lo bueno y malo que nos ha pasado; de lo vivido y lo perdido. También, cómo no, está en nuestra naturaleza, de todo lo que pudo haber sido y no fue. De esos trenes que no cogimos y de esas habitaciones de hotel a las que decidimos no ir. Esa mirada que se perdió entre la muchedumbre o aquel roce que dejamos pasar.

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¿Dónde os gustaría perderos?

¿Dónde os gustaría perderos?

Tengo muchos lugares en mente, de todo tipo. Reales e imaginarios porque en los de ficción, de vez en cuando, también está bien perderse. Por ejemplo, últimamente pienso mucho en Shangri-La. ¿Qué tal se estaría allí ahora? O en Manderley. A la mansión viajaría para ser un fantasma que pudiera espiar los movimientos de todos los habitantes de la casa, hasta de aquellos que ya no están. Aunque a este lugar viajo por culpa de La isla de las musas, que me lleva mucho a lugares así.

¿Y reales? En la infancia. Pienso en grillos y campas; en higueras y avellanos; en ortigas y moras. En sol y lluvia y en el fuego bajo. En croquetas y en mi abuela. Sí. La infancia puede ser un lugar.

«¿Dónde os gustaría perderos? En la infancia. Sí. La infancia puede ser un lugar». #inspiración #reflexiones #escribir #Lavida #fotografía

En la fotografía, bajo la lluvia que todo lo vuelve más lúcido, estoy en las Minas de Llumeres, en Asturias, un yacimiento de hierro que pudo haber sido explotado en tiempos prerromanos.

Perderse, aquí o allí, es pura magia.