Este es el corazón de ‘Hasta morir la muerte’

Durante años viví en un lugar que no aparece en los mapas, aunque geográficamente sea real.

No tenía fronteras visibles porque estaba hecho de papel, tinta y noches en vela. Allí apunté nombres, sombras, fechas, lugares y rumores. Allí olí el musgo de los caseríos, sentí el viento helado del norte y escuché los susurros de quienes ya no están. Allí soñé con un caserío quemado hasta los cimientos, maldito, en el que, dicen, habita un fantasma; con una niña inquieta que hacía mil preguntas y con un pueblo de leyendas, el mío, Oquendo, en el que a la vida y la muerte les gusta bailar juntas.

Ese lugar es lo que os enseño en la fotografía: folios atados con una cinta de goma, letra torcida, tachones y pegatinas; con márgenes llenos de ideas que llegaban de madrugada, con esquinas dobladas por el cansancio, con notas urgentes que, ahora, ya no me lo parecen tanto.

Este es el corazón de Hasta morir la muerte. Mi puño y letra. Mis días y mis noches. El manuscrito original.

Durante mucho tiempo, ese mundo solo me perteneció a mí. Era mío el olor de la humedad, de las flores, el rumor de las leyendas y el peso de una pregunta que recorre toda la historia: ¿se puede morir la muerte?

Hoy ya no me pertenece. Hoy es un libro, una historia completa que ha cruzado la frontera de lo íntimo para llegar a quienes os animéis a leerla. Y en ese tránsito hay algo de pérdida, sí, pero también mucho de regalo porque cada vez que alguien abre sus páginas, vuelve a nacer aquel lugar sin coordenadas.

Hasta morir la muerte es una historia de sombras, pero también un canto a la fuerza de los lugares y al poder de la palabra.
Está viva y os espera.



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