Una carta para el Día del libro

No sé cómo habéis llegado hasta aquí, si fue por casualidad o por instinto. Quizá por el rastro sutil que dejan las palabras lanzadas sin saber a qué puerto llegarán. Tal vez ya habíais estado antes y os gustó, y por eso habéis decidido regresar a este rincón que me esfuerzo en cuidar con el mismo esmero que se pone en lo hecho a mano.

Hoy celebramos el Día del Libro y quiero daros las gracias por estar ahí, por leerme y ser parte de ese pequeño milagro que se produce cuando mis palabras os alcanzan en este inmenso océano virtual en el que, tantas veces, naufragamos.

Escribir, al menos para mí, nace de la necesidad de comprender el mundo y de comprenderme a mí misma en él; y leer, en consecuencia, no es una tarea que deba cumplirse como quien marca una casilla en su lista de propósitos. Es una forma de habitar el tiempo y dejarse atravesar por otras vidas, de abrirse a lo inesperado.

Quizá por eso, estos días, me cuesta sumarme a determinadas consignas; a ese bullicio de campañas y eslóganes que sugieren que leer es una obligación (casi moral) o una moda que debemos seguir a toda costa. Una glorificación que, aunque bienintencionada, olvida que no todos los momentos de la vida encajan con la lectura y que eso —no leer por no poder o no tener ganas— también está bien. No pasa nada si uno no lee durante un tiempo, como tampoco pasa nada si no se va al cine con asiduidad o no se escucha música todos los días. Ya llegarán el momento, las ganas y el libro adecuado. No debemos hacer un drama.

Así, en lugar de recomendar títulos o repetir lo importante que es leer —que lo es, claro, y mucho—, hoy quiero recordar(nos) que la vida está llena de circunstancias diferentes que nos cambian. A veces leeremos; otras, no lo haremos y no debemos sentirnos culpables por ello. Esta dictadura de lo que uno debe hacer, tan instalada en lo cotidiano, no solo es perjudicial para el propio mundo del libro (en cuanto a lectores, no a ventas), sino también para la salud mental de cualquiera.

Yo defiendo la lectura consciente; es decir, aquella que se hace porque se quiere y no porque se dice que hay que hacerla. Defiendo también la compra consciente, no guiada por modas o por lomos pintados que encarecen de forma desorbitada los precios (por bonitos que sean). Defiendo, sobre todo, la libertad: la de no leer y la de leer cuando se quiera. El libro es un amigo, pero debe ser elegido y no impuesto. Porque las modas pasan, los amigos impuestos se van o los dejas en cuanto puedes y las obligaciones se acaban odiando.

Gracias por estar ahí y compartir conmigo, de alguna manera, esta forma peculiar de mirar a través de las palabras. Si decidís quedaros, sabéis que aquí, en este rincón, siempre habrá un lugar esperándoos.


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2 respuestas a “Una carta para el Día del libro

  1. La vida nos sitúa -aún sin pretenderlo- alrededor de nuestros deseos, la lectura, como otros, claudica si se hace obligatoria. Me declaro culpable de haber «carretado» libros, pero, lo que trato de decir: aún perdiendo el tiempo en pantallas, uno busca artículos, relatos cortos, poesía, descargas de PDF ( sí, que nunca se leen…) y termina volviendo al redil de la madre literatura.
    ¿Qué se yo? Son épocas

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