Vivir dentro y fuera de las palabras

Hoy es el típico día que uno se pone delante del ordenador y las teclas se quedan mudas. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la cabeza está a otras cosas. Está sumida en una fantasía nueva, un proyecto que durante meses ha estado imaginando, creando y dando forma. Una nueva historia que transcurre entre bruma y lluvia, y que consume tiempo, energía y los dedos de quien os habla.

Las historias son así o, quizá, los escritores somos así. Nos metemos tanto en el nuevo mundo que creamos que, a veces, nos cuesta mucho salir de él. Los personajes, como sombras, nos acompañan a cada paso, respirando cerca, y haciéndonos partícipes de cada uno de sus movimientos. ¿Qué sería de ellos sin nosotros? ¿Qué sería de nosotros sin ellos?

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No está permitido soñar

Hoy quiero compartir con vosotros una pequeña reflexión. El otro día estuve mirando por la ventana el ir y venir de gente por un parque cercano a mi casa. Algunos iban con niños y otros solos. Mientras les observaba, intenté imaginar sus vidas, ilusiones y sus sueños. Intenté averiguar qué es lo que quieren conseguir de la vida.

Sí, lo sé. Fue una ocurrencia un poco tonta. No se puede saber de verdad qué piensa la gente solo con mirarla. Se puede imaginar, pero no saber. Son viejas costumbres de una socióloga observadora con mucha imaginación. El caso es que viendo sus prisas, sus rostros y gestos, llegué a la conclusión de que la mayoría de esas personas, salvo los niños, ellos, por el momento y por fortuna, van por libre, ya no tienen más ilusión que la de sobrevivir.

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