‘El enigma de la habitación 622’ (Joël Dicker)

Título: El enigma de la habitación 622
Autor: Jöel Dicker
Alfaguara (2020)

Páginas: 640

Por miedo a la decepción, siempre he tardado mucho en leer las novelas de Joël Dicker. La culpa es de su primer libro, La verdad sobre el caso Harry Quebert, que me resultó una maravilla. Con El libro de los Baltimore me arrepentí de haberlo pospuesto; con La desaparición de Stephanie Mailer, a medias. Me gustó, cierto, aunque no como los anteriores. Esta vez, con El enigma de la habitación 622,  pensé en hacer lo mismo, por si acaso (sé que parece raro, pero cada uno tiene sus manías y la lectura es un escenario propicio para las más extravagantes). En fin, que lo pensé pero, al final, como los personajes norteamericanos de novela, me dije aquello de ¡qué demonios!, y me lancé.  En caliente. El resultado, ahora lo leeréis.

En El enigma de la habitación 622, Dicker nos lleva a su país natal para responder a una pregunta: ¿Qué sucedió una noche de diciembre en el Palace de Verbier? Esa noche, en el hotel Palace, un parador de lujo en los Alpes suizos, aparece un cadáver en la habitación 622 y nadie sabe qué ha ocurrido. La investigación se cierra sin hallar un culpable y los posibles motivos se desvanecen. Años más tarde, el propio escritor Joël Dicker llegará a ese mismo hotel para recuperarse de una ruptura sentimental, pero acabará investigando el viejo crimen.

No. No me he equivocado de protagonista. Se llama Joël Dicker como el escritor, así que autor y protagonista, en principio, son la misma persona. No es esto algo nuevo, ya lo hemos visto más veces —por ejemplo con Anthony Horowitz y su Asesinato es la palabra, donde como aquí, el actor principal de la novela es el propio autor—, pero no deja de sorprender porque es un narrador muy difícil de llevar con el que se corre el riego de dar demasiadas cosas por sentadas, lo que me temo pasa al comienzo del libro. Es un recurso, no obstante, muy bueno que bien llevado puede hacer que la obra gane muchos puntos; una vuelta de tuerca a la metaliteratura. Eso es una de las características más destacables de esta novela. Eso y la parte final.

Es una obra con una historia bien pensada, con una estructura retorcida y personal, pero en la que, a diferencia de sus libros anteriores, hay que admitir que cuesta meterse. Requiere de paciencia (mucha) para rebasar una primera parte larga, que abarca más de un tercio del libro, que se podría calificar de perezosa (sí, lo sé. Me diréis eso de que  los personajes son flojos y los diálogos asépcticos, pero yo prefiero decir perezosa). Es una pena porque eso puede hacer que algunos abandonen la lectura y no lleguen a esa otra parte donde vuelve a aparecer el Dicker al que estamos acostumbrados. Ese que te envuelve, te lleva y ya no te suelta. Ya no vas a dejar de leer hasta dar con la solución de todos los enigmas, no solo el de la habitación 622; sino de todos lo que a lo largo del libro se van creando, que no son pocos, os lo aseguro.

Un camino desigual para llegar a un gran truco final (con dudas, pues todavía creo que quizá el truco sea en exceso ‘magico’) donde sonreirás porque el último párrafo de la novela es de esos que te provocan la sonrisa. Quizá más como escritor que como lector, debo reconocer, pero lo hace.

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