
¿Alguna vez habéis sentido que un río os habla o que las paredes de una casa esconden secretos? En la literatura, lugares y objetos pueden transformarse en personajes vivos que cuentan historias propias. Esta técnica, conocida como prosopopeya, permite a los escritores otorgar características humanas a elementos inanimados, transformando lo cotidiano en extraordinario. Hablamos de ella en una de las entradas dedicadas a las figuras literarias, pero no con tanto detalle como me gustaría hacerlo hoy. Así, desde un cementerio hasta un río, desde una habitación hasta un edificio entero, cualquier elemento puede cobrar protagonismo en una historia y no ser una simple decoración, sino parte activa del relato.
La prosopopeya permite convertir escenarios y objetos en narradores activos, enriqueciendo las historias y conectando al lector con el mundo literario.
Un cementerio no tiene por qué ser solo un ‘lugar de descanso eterno’. Puede ser un guardián de secretos, rencores o silencios que pesan demasiado. Las lápidas cuentan historias: los nombres grabados, los años vividos o las fechas inscritas pueden decir mucho. Y los árboles que lo rodean… ¿Acaso no los oís susurrar? Son testigos inmóviles, pero no indiferentes.
Un río, con su incesante movimiento, no solo fluye. Ve todo lo que pasa a su alrededor. A veces parece alegre y curioso; otras, sombrío y reflexivo. Su corriente, según el relato, puede ser mansa o impaciente, e incluso vengativa.
Un espejo no solo refleja rostros, también puede desvelar verdades que sus dueños no quieren admitir. Un diario, lejos de ser un simple conjunto de páginas, guarda pensamientos, algunos que quizá el propio autor preferiría olvidar.
Incluso el clima puede convertirse en un actor crucial en una historia: una tormenta puede reflejar el caos interior de un personaje, mientras la niebla oculta lo que aún no estamos listos para ver.
Como escritora, esta técnica es una de mis favoritas. En mis historias, el clima acompaña las emociones transformando el entorno en un reflejo del alma de los personajes. A medida que la trama se acerca al final, el viento se agita, la lluvia golpea y la niebla nos envuelve. Todo se convierte en parte del relato; todo respira y siente.
Los objetos, el clima y los lugares pueden ser mucho más que parte del escenario: son piezas clave que otorgan alma y profundidad a las historias.
La prosopopeya no solo enriquece las historias, sino que les otorga tal vez alma. Se trata de darle peso a lo que ya está ahí e integrar lo inanimado como algo que afecta a los personajes o incluso a la trama. Os invito a probar esta técnica y a experimentar con ella. Quizá al principio sea difícil no caer en la exageración, pero con práctica encontraréis el equilibrio perfecto que transforma un simple objeto en un narrador.
Al final, ¿no es esa la verdadera magia de escribir? Dar vida a lo inanimado, crear historias donde incluso lo cotidiano respira y siente, y convertir cualquier rincón en un narrador más.
Descubre más desde El jardín del sur
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.