Mil estrellas

Trazó mil estrellas, brillantes, preciosas, para poder formar tu imagen. Al contemplarlas, divisó tus ojos  y sobre el eterno mar las fundió para crear tu cuerpo.

Te amó en silencio como la lluvia ama las flores; en silencio como la armonía ama a las notas musicales. En silencio…

Una mudez que a menudo era la balada de esa pasión furibunda que su alma siente por ti y, otras veces, fuga camino de la locura.

Eras la nota de laúd que surca el tiempo hasta colmar su mente de quimeras. Antes, si nadaba en el mar donde naciste, la luna le daba tu cuerpo y la brisa tu aliento.

Esos hermosos broches que eran tus ojos, verdes, albahaca, empujaron su pluma y le hicieron trazar la mejor de las historias; la más bella y hermosa.

Le dejaste amarte con locura y pasión. Le dejaste entrar sin vacilar en tu mundo apretando entre tus manos su vida, su alma y su mente, y mientras esa fusión se consumía, la luna se apagó y tú, ese ángel con el que la noche en vela abraza al poeta, se fue. Te fuiste.

Hoy tus alas forman un corazón roto, como el suyo cada vez que mira las estrellas y tú no apareces. Estrellas que ora no brillan como antes; estrellas que ora no se funden con el mar.

¡Ah, numen que ayer hablabas al poeta! ¿Dónde estás?

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‘La sombra’

«De todas formas, pensó, ¿qué puede haber dentro de un armario?», y avanzó hacia él.

Mientras iba a abrirlo, volvió a escuchar el mismo ruido, pero, esta vez, sonó mucho más fuerte. Pilar retrocedió asustada. Desde pequeña había sido tímida y, sobre todo, cobarde. Nunca se había atrevido a ir a oscuras por la casa, a mirar por encima del hombro —por si alguien o algo la seguía—, o a echar un rápido vistazo, por la noche, debajo de la cama. ¿Y si miraba y había algo?

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«La sonámbula y más relatos inquietantes» (Marie Luise Kaschnitz)

Título: La sonámbula y más relatos inquietantes
Autor: Marie Luise Kaschnitz
Hoja de lata (2017)

Hoy vamos a hablar de un libro magnífico. Tal cual. Así lo describiría. Me ha gustado muchísimo y no voy a esperar a finalizar esta reseña para deciros que os lo recomiendo. No os lo podéis perder. Es genial.

La sonámbula y más relatos inquietantes de Marie Luise Kaschnitz es un libro recopilatorio de relatos adictivos que no querréis que se acaben. Leeréis uno tras otro, devorándolos, si bien su lectura os generará ciertos sentimientos encontrados. Por un lado, desearéis que cada relato se acabe para empezar el siguiente lo antes posible y satisfacer, claro está, vuestra curiosidad; y por otro, no querréis que la lectura termine. Es una obra que crea la necesidad real de leerla a cada rato. Te atrapa.

El libro está compuesto por doce historias, todas ellas inquietantes, pero a la vez conmovedoras. Son relatos en los que la descripción de ambientes umbrosos y conductas extrañas por parte de personas aparentemente normales y corrientes se entremezclan, de una manera perfecta y poderosa, con la inocencia de los niños o la resistencia humana a dejar de ser humanos.

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El ángel negro (Segunda parte)

Con cautela, cuatro cartas fueron giradas desvelando el misterio que ocultaban. Una a una, fueron colocadas sobre un pequeño atril correspondiente al jugador y dictaron su sentencia.

Buena o mala. Justa o injusta. Allí estaba.

Carta roja: 35-40 años

Carta amarilla: pelirroja

Carta blanca: joya

Carta negra: india

La jugada no era la mejor; no era satisfactoria. El resultado no apuntaba optimismo. Difícil de localizar.

Al ángel negro le hubiera gustado gritar, lanzar los dados contra la pared o levantar el tablero de un manotazo, pero se contuvo. Guardó su malestar, su nerviosismo y su rabia, y lo escondió en lo más profundo de su ser. No podía mostrar debilidad frente al resto de jugadores. Además, se le había ocurrido una idea.

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El ángel negro (Primera parte)

Los cuatro dados, dos azules, uno blanco y otro negro, con sus aristas redondeadas y tras un soplido irracional de pedida de suerte, como si el lugar fuera un casino, rebotaron con calma sobre el tablero. Giraron varias veces sobre sí mismos ante la expectación de los presentes, solo cinco personas pues no era un juego apto para débiles de corazón o de mente. No se permitía la duda o la vacilación. Tampoco el abandono.

Los dados rodaron hasta acabar, por fin, mostrando el destino a su lanzador. Los azules marcaron seis y dos. El blanco indicó uno y el negro, cuatro. Esos eran los números a avanzar por las tres diferentes y dispares líneas de casillas del tablero. Tres curvadas y tortuosas sierpes que se enredaban y enmarañaban entre ellas como serpientes en plena cópula.

La primera línea, añil, imprimía el tiempo. Cercano o lejano. Mucho o poco. Lapso temporal siempre con un principio y un final inexcusable y limitado. Se comenzaba ese día en el que los dados giraban, rebotaban y dictaban sentencia. Luego, el destino marcado por ellos revelaba cuándo se terminaba.

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