
Estamos en unas fechas que se llenan de luces, árboles, villancicos e ilusiones, muchas ilusiones. La Navidad es, por excelencia, esa época del año donde uno vuelve a creer en la magia y en que los sueños se pueden cumplir. Admitámoslo, si no fuera porque creemos que nuestras ilusiones y deseos pueden hacerse realidad con un golpe de buena suerte, no compraríamos lotería año tras año.
Pedimos deseos a los Reyes Magos, a Papá Noel, a San Nicolás, a Befana, al Olentzero o a Rudolph y ponemos en un grupo de números que, estadísticamente tienen muy pocas posibilidades de salir agraciados, esperanzas e ilusiones. Decoramos nuestro hogar tarareando villancicos y brindamos por los buenos sueños.
Ya sé que muchos hacen hincapié en que estas fechas son solo un producto comercial más, como San Valentín, pero a mí me gustan. Me gusta ver a la gente feliz paseando por las calles de mi ciudad mientras contemplan las luces, adornos y árboles de Navidad, y observan escaparates decorados con esmero. Es cierto que quizá los artículos de esos escaparates estén fuera de su alcance y que las comidas y cenas de este año sean escasas, pero no la capacidad de mejorar y soñar. La Navidad invita a soñar y eso, comercial o no, es también mágico.
Bien es cierto que ese espíritu debería inundarnos todo el año, pero en estas fechas se respira una especie de sentimiento común, de voluntad conjunta, que nos dice que todo lo que nos rodea puede mejorar y que aquello que deseamos de verdad puede hacerse realidad. Y eso siempre es una buena semilla. ¿Por qué no soñar aun cuando tenemos poco? Soñar y tener ilusiones no es solo cosa de adinerados o pudientes. Todos podemos soñar y yo quiero soñar.
La Navidad no es únicamente comprar y comprar, comer y beber. La Navidad es mucho más. Soy consciente de que este año habrá muchas familias que lo pasarán mal y que sus navidades no serán como las edulcoradas comedias que nos pondrán constantemente en la televisión durante estas fechas, pero, aun así, lucharán porque sus hijos no se den cuenta y eso, eso también es la Navidad. Eso es el espíritu navideño.
Quizá me dejo inundar por el idealismo de Dickens y pienso que los espíritus de las navidades pasadas y las del futuro, junto con los fantasmas del presente, pueden existir y pueden hacer cambiar a las personas; volverlas mejor. Quizá sea porque confió en que el espíritu navideño, pagano o cristiano, puede unir.
Puede sonar cursi, pedante o ñoño, lo sé, pero quiero creer que, aunque sea una vez al año, los adultos volvemos a ser niños, los niños se convierten en magos y la ilusión llena de bondad los corazones que el resto del año permanecen pétreos, olvidando esos sueños que un día tuvieron. La Navidad es para soñar y, como en El Cascanueces, lo importante son los sentimientos, la verdadera esencia de cada uno y no lo que es políticamente correcto.
Puede ser que hoy en día esté de moda asociar la Navidad a la hipocresía, que la hay, no lo dudo; y puede ser que esté mal visto tener sueños cuando uno no tiene nada más, pero precisamente porque no tiene nada más, soñar no es que esté permitido, sino que es obligatorio. Hay que soñar y creer en los sueños porque ¿quién sabe? Igual hasta se cumplen.