La explotación emocional de los parásitos literarios

Hoy vamos a adentrarnos en uno de los rasgos más característicos y dañinos de los parásitos literarios, un tema que, a mí, personalmente, me preocupa por su creciente proliferación y que, además, creo que no se trata con el debido interés. Como mencioné en la primera entrada que escribí sobre este asunto, los parásitos literarios (al igual que los abusones de cualquier ámbito laboral y social) son personas que se aprovechan de las ideas, contactos, trabajos, visibilidad, pensamientos e incluso sentimientos de otros para su propio beneficio, sin ofrecer nada a cambio más que angustia. Esta realidad no solo genera desilusión, también un hondo sentimiento de soledad.

La explotación emocional en el mundo literario es una forma de abuso sutil y profundo, que afecta a la autoestima y estabilidad emocional de quienes la padecen.

Los parásitos literarios actúan de diversas maneras para aprovecharse de los demás, pero la que más me preocupa es la explotación emocional: es decir, aprovecharse de los sentimientos y emociones de quienes tienen cerca para manipularlos en su propio beneficio, sin mostrar ni empatía ni reciprocidad.

La explotación emocional es una forma de abuso que puede ser sutil y difícil de detectar, pero que deja un daño real en la autoestima y estabilidad emocional de la persona afectada. Luz de gas que hace creer a la víctima que él y su trabajo no son valiosos y no merecen ningún tipo de éxito. Es un abuso que genera un profundo malestar. Por eso es fundamental estar atentos a las señales y escapar de estas situaciones en cuanto se detecten los primeros síntomas. Huir para recuperar la confianza en uno mismo.

Es fundamental, a mi juicio, generar conciencia sobre este tema para salvaguardar tanto nuestras creaciones y forma de trabajar como nuestras propias mentes. Los parásitos literarios pueden causar un daño tan hondo que la recuperación requiere tiempo y esfuerzo. Así, escribir se convierte en un desafío y la honestidad es el único recurso que tenemos. ¿Es suficiente? Quiero creer que sí.

Es fundamental generar conciencia sobre los parásitos literarios para proteger tanto nuestras creaciones como nuestra salud mental.

Frente a esta realidad, se tiende a guardar silencio, a callar mientras el parásito campa a sus anchas, lo que genera una sensación de injusticia que se agrava por la frustración de verlo feliz, como si nunca hubiera hecho nada malo, mientras su víctima se ve obligada al silencio, incapaz de expresar su dolor. Incapaz de mostrar su versión de la historia a pesar de saber que su silencio hará que muchos solo conozcan lo que el parásito haya contado y cuente. Algunos se apartarán; si bien, en este punto concreto hay que tener algo muy claro: quienes se alejan sin querer conocer tus sentimientos ni escuchar tus opiniones, no te merecen. Quizá nunca te merecieron.

Poco se puede hacer, es cierto, salvo confiar en que, a la larga, el tiempo y las propias acciones del parásito lo delatarán, pues la idea de desenmascararle es tentadora pero poco efectiva. Tendrás las de perder porque para luchar contra ellos hay que saber hacerlo en el barro y normalmente las víctimas no saben. Es una situación que genera un peso emocional que repercute en la productividad y en la pasión por la escritura, pero el paso del tiempo, de verdad, ayudará a que cada pieza encuentre su lugar.


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5 respuestas a “La explotación emocional de los parásitos literarios

  1. Un gran artículo. La verdad es que se debería mirar más y denunciar este tipo de cosas porque uno tiene la sensación de que esto no pasa en la literatura o el periodismo, que es mi campo, y todo lo contrario. Pasa mucho. Hay cada bicho por ahí que da miedo.

    Conocí hace unos años a una escritora con este comportamiento. Era muy destructiva. Era egoísta y manipuladora. Durante años se dedicó a hacerle la vida imposible a otra autora cercana de la que quiso ser amiga. Me daba mucha pena la situación, pero como dices en el artículo, no se puede hacer gran cosa. Ahora, la primera, es decir, la destructiva, va por ahí vendiendo un éxito que en realidad no tiene y un ‘buen rollo’ y una solidaridad con su compañeros que es solo fachada. Solo les utiliza. La otra, la segunda, le ha costado salir adelante porque el daño infligido en su autoestima y en su salud mental fue brutal. Además de que la escritora parásito le robo trabajos y contactos.

    En mi mundo, el periodístico, también hay muchos casos. Podría llenar un libro con este tipo de parásitos. Después de la pandemia han aumentado de tal forma que son una plaga. En mi medio cada vez son más. Jefes, pero también compañeros iguales. Es una lástima. Hacen mucho daño.

    Un saludo, Verónica. Gracias.

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    1. Muchas gracias por leer y comentar este especial jardín.
      Coincido en que en el mundo de las letras, a mi juicio, es una impresión que tengo, ha aumentado considerablemente el número de personas que son así. No sé si se debe a la pandemia y el famoso ‘carpe diem’ o es por otros motivos, pero sí he notado el aumento. Por eso pienso que es bueno hablar de ello. Sin exagerar ni dramatizar, pero sí haciendo hincapié en su existencia.
      Saludos.

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  2. Hola.

    En más de una ocasión he tenido la tentación de presentarme a algún concurso literario. Sin embargo, al final, me he vuelto atrás al comprobar que entre sus cláusulas figuraba la obligación de firmar un acuerdo de colaboración con un editor de 5,7 o incluso 10 años de duración.

    En el mundo de la música suele ser habitual, pero no deja de ser un intento de exprimir al artista.

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    1. Hola. Muchas gracias por leer las entradas del jardín y comentar.

      Los contratos de edición (en cuanto a la cesión de los derechos de autor) suelen tener una duración de 5 a 10 años en función del editor y el autor, e incluso de más tiempo. No es raro. No lo considero una explotación emocional, salvo cuando ese periodo se utiliza como una especie de ‘secuestro’ de la obra. Me explico. Me refiero a cuando la obra está, por ejemplo, descatalogada y ya no se puede conseguir. Oficialmente no está a la venta (en algunos casos queda solo el formato digital porque su mantenimiento no supone coste) y la editorial no quiere devolver los derechos al autor hasta el vencimiento total del plazo que aparece en el contrato. Está en su derecho y es legal, pero a mí me parece egoísta. Se hace por si el autor, quién sabe, tiene algún tipo de éxito con otra obra (con independencia de la editorial o el modo de publicación), en otro trabajo, etc. y logra cierta popularidad. La suficiente como para que la editorial dueña de los derechos decida reeditar la obra y volverla a poner a la venta. Por eso se quedan con los derechos hasta agotar los plazos, pero para el autor puede resultar frustrante, ya que no dispone de su trabajo y nadie puede disfrutarlo. Es una obra en el limbo y, seamos realistas, lo de dar un bombazo de repente o convertirte en el más exitoso de la profesión no suele ser lo habitual. Puede ocurrir, claro, pero no es lo normal.

      Saludos.

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      1. Esta mecánica me recuerda en cierta medida a algunos comportamientos que – como he comentado antes – se han dado a lo largo de la historia en la música, por ejemplo, o en la oficina de patentes.

        Uno de los ejemplos más claros de lo que digo es el caso de Elvis Presley. Se quiso separar de su manager, un individuo que vivó a su costa siempre, y simplemente, no pudo.

        El inventor del limpiaparabrisas, le robaron la idea. Pleiteó en los tribunales durante décadas y finalmente se rindió.

        Lucía Etxebarría decía hace algún tiempo que a ella no le compensaba dedicarse a ser escritora. Que cada libro le costaba 2 años de su vida y que durante ese tiempo, tenía que hacer frente a los gastos corrientes de la vida normal. Y que una vez publicado el libro, tampoco se vendían millones de ejemplares y ella se llevaba 2 euros de cada 20 que costaba el libro. Resultado: estaba en deuda con la editorial.

        Por muy legales que sean esas cláusulas me siguen pareciendo un intento de secuestro del autor y su talento; una trampa para osos, en la que un ilusionado escritor novel y por tanto, desconocido, puede caer para arrepentirse tiempo después.

        Hace algunos años, un amigo me contó la siguiente anécdota.

        Estaba en un restaurante y en la mesa de al lado había cuatro individuos sobradamente conocidos. Periodistas, creo recordar. Uno de ellos se quejaba amargamente de que publicar en España era casi una heroicidad, porque después de todo el esfuerzo que supone, al final sólo vendes 20.000 ejemplares.

        Y eso lo decía un periodista famoso, que sólo por el nombre, tenía asegurado un volumen de ventas, aunque sólo fuera por la curiosidad del lector.

        Sigo pensando que el autor debería disponer de más libertad para negociar y no dejarse deslumbrar por un contrato.

        Por cierto, mientras el famoso se quejaba de que «sólo» vendía 20.000 ejemplares, otros nos conformamos con que nuestros libros los compre gente que no cnozcamos personalmente.

        Un saludo Verónica.

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