Hoy, paseando por los alrededores de la Playa de Poniente, en Gijón, me he encontrado una carta de amor. Sí. Tal cual. Una carta de amor para Clara. Estaba sujeta entre los listones de madera de un banco, mirando al mar y al sol.
Cuando la he visto, he dudado si cogerla o no. Yo no soy Clara. No era una carta para mí, pero la curiosidad me ha podido, así que la he alcanzado y la he abierto.
Al leerla, he sentido emoción y una sonrisa enorme se ha dibujado en mi cara. Por un instante me he visto envuelta de esperanza y he pensado que, quizá, el ser humano no sea tan malo.
La carta para Clara estaba llena de palabras de amor e ilusión. Había en sus líneas deseos y sueños que compartir, como un viaje a Tailandia. También había una felicitación emocionada de cumpleaños, Clara cumple 19, y una invitación para cenar en un restaurante de la ciudad.
El amor de Clara le promete viajes, noches juntos, una, dos o miles dice con letra nerviosa de enamorado, y un ramo de flores que prefiere no comprar en ninguna floristería porque perderían su esencia. Las cogerá en el campo y se las dará junto con un beso y su amor eterno.
Una carta de amor que no sé si Clara llegará a recibir, yo la he vuelto a colocar con cuidado donde estaba, pero que ha hecho que mi regreso a casa haya estado repleto de sonrisas y del tarareo de alguna canción tonta de amor. ¿Os parece cursi? Tal vez lo sea, pero a mí me ha llenado el corazón de ternura porque he visto en ese mensaje el reflejo de un amor aún limpio y puro; de un amor de esos que quieren mover y comerse el mundo.
Nota: Esta historia es totalmente real. No es producto de mi imaginación, a pesar de vivir yo muchas veces envuelta en sus idas y venidas. La carta para Clara existe y solo espero que llegue a su destino.
Hace tiempo me ocurrió algo parecido. Compré un libro de segunda mano en el rastro y apareció en su interior una carta antigua, escrita en los años 40, con una bonita letra inglesa, probablemente de estilográfica. La carta era y es muy formal, al estilo de entonces, con muchas promesas de su enamorado autor hacia su destinataria.
Lo que me hace pensar, a veces, dónde acabaran todas esas cosas cotidianas que atesoramos, como fotografías, cartas (menos frecuentes), etcétera. Quizá serán el entretenimiento de algún desconocido/a del futuro.
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Puede ser. Cartas que llevan y traen palabras de amor, promesas de enamorados y besos en tinta. Cartas que nos recuerdan lo frágiles que en realidad somos porque ¡cómo duele el amor!
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No, que El jardín del sur es una metáfora. Es el lugar donde a cada uno le gusta soñar despierto. En mi caso era un jardín al sur de una casa en la que viví durante un tiempo y que me servía de inspiración. En él, además, soñaba mucho con el mar. Me ayudó, en cierto modo, a llegar aquí.
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Ahora tendrás que cambiar el nombre por… «El jardín del Norte», ¿no?
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Me encanta, Verónica. Veo que te cunde el viaje por mi tierra… Pena que ahora yo no estoy allí, si no te invitaba a casa y nos conocíamos.
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Sí. Estoy descubriendo muchos lugares fantásticos, disfrutando de este tiempo (me considero un poco refugiada climática) y no perdiéndome nada de lo que esta tierra me ofrece. Me siento genial aquí.
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Y ¿hasta cuándo estarás? Yo vuelvo a mi tierra a primeros de julio, justo estoy de mudanza. Tal vez ya no estés, pero si vuelves en otra ocasión, dame un toque, si quieres.
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Ahora vivo aquí, en Gijón. Nos mudamos a finales del año pasado. Somos unos aventureros y llegado el momento en el que uno se plantea dónde vivir, Asturias nos pareció que era nuestro sitio.
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Entonces, no se hable más. Mira, como te dije, yo me vuelvo este verano. Te doy en toque en cuanto esté instalada y te prometo que te enseño uno de los lugares más increíbles de esa tierra. Ya verás.
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Vale. Te tomo la palabra.
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Hola Verónica,
Describes una hermosísima experiencia, la de un noble acto romántico. Hoy, tan invadidos como estamos de clics, likes y minimensajes en el smartphone, alguien escribe una carta de amor a la antigua llena de promesas, llena de belleza.
Gracias por compartirlo con todos nosotros.
Un saludo,
María
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