‘El reloj’

EL RELOJ

El cementerio de Haworth guarda secretos. Se cuenta que una noche de otoño, oscura y fría, con una fina lluvia como única escolta, un joven enamorado buscó a su difunta amada entre los muertos del camposanto y en su tumba halló una carta sin firma que decía: «Te espero en el viejo roble a medianoche».

A la hora señalada, el joven fue hasta el roble y allí se encontró con una sombra. ¿Era su amada? Pero estaba muerta. ¿Acaso su ánima? Apenas un soplo de sustancia que se le acercó con paso palpitante y le habló del más allá, donde el tiempo no existe; donde los relojes no sirven y el mundo solo es noche; donde no son necesarias las estaciones ni los calendarios; donde el infinito lo ocupa todo. Él le habló del aquí, donde el tiempo es un lento caminar sin aliento. Se sentía tan vacío sin ella que le era insoportable. Un tiempo pesado e indolente. ¿No sería maravilloso que noche y día se fusionaran?

Al amanecer, cuando el cielo comenzó a clarear, el joven despertó solo en el cementerio, acurrucado en las raíces del roble. Se sentía como si la noche anterior hubiera asistido a la mayor de las fiestas y hubiera bebido en ella todo los licores y brebajes posibles. Mil vueltas le daba la cabeza y ninguna el corazón. ¿Había sido un sueño lo vivido? ¿Un engaño de su aflicción? Pero al comprobar la hora en su reloj de bolsillo se dio cuenta de que este se había parado. Las agujas estaban quietas. Muertas. Miró a su alrededor y todo era noche, a pesar de que la aurora despuntaba. «El tiempo no existe, escuchó entre el susurro de las hojas secas del roble, aquí todo es noche». A su lado, la carta yacía en pedazos.

El cementerio de Haworth guarda secretos y se cuenta que aquella mañana de otoño, oscura y fría, el joven no recordaba haber roto la carta ni haberse quedado dormido en el lugar, pero tampoco recordaba, en realidad, que los muertos no necesitan reloj.

Copyright © 2023 Verónica García-Peña


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