Brindemos por un futuro que nos pertenece

Quizá sea la cercanía de la Navidad, ya se huele en el ambiente, pero la entrada de esta semana tiene ciertos toques de añoranza y también, reivindicativos. Dentro de nada, unos días, se acaba el año y el 31 de diciembre haremos balance de todo lo que nos ha pasado, bueno y malo. Nos sentaremos a media tarde a contemplar el tiempo transcurrido y pensaremos qué hacer el año próximo. ¿Mantener el rumbo o cambiarlo por completo?

La Navidad es esa época en la que todos parecemos mejores personas, aunque sea un poquito. Tal vez sea por el anuncio de la lotería, la vuelta de las burbujas de Freixenet o por revivir con la música de El Almendro los tiempo es lo que uno era niño con olor a churros y turrón.

Muchos ya habréis colocado el árbol o el belén, o ambos. Y también las luces de colores, vivas y brillantes, que os iluminan al ocaso y os recuerdan que existe una temporada al año en la que lo importante no es tanto tener como soñar.

Me gusta la Navidad. Tiene su lado oscuro, como todo. Su lado amargo, pero me gusta. Pasear bajo árboles cargados de luminarias que invitan a fantasear con lugares mágicos henchidos de sueños e ilusiones. Oler a castañas, a churros y a turrón. Brindar. A buen seguro, es la época del año en la que más veces elevamos nuestras copas. Los motivos para hacerlo, cada cual tiene los suyos.

Yo, este año, voy a brindar por muchas cosas. Por los sueños cumplidos y por los que aún están por llegar. Voy a brindar por la suerte, tantas veces esquiva y arisca, que parece que nos quiere dar esquinazo, pero a la que no debemos olvidar porque, en el fondo, nos está esperando. Hay que buscarla, acecharla, no vaya a ser que pase a nuestro lado y no le hagamos caso. Hay que ayudarla a que nos encuentre y nos abrace.

También voy a brindar por la memoria. Por el pasado, presente y futuro. Los tres nos forman como somos, nos ayudan a crecer, nos mueven a aprender y a disfrutar.

Voy a brindar por la risa, que deberíamos sacar más a pasear en tiempos grises y enlutados, y por las lágrimas, que nos ayudan al desahogo y no siempre tienen que ser de tristeza y pena.

Sé que la situación social, política y económica actual puede querer que esas copas se queden en el mantel, apoyadas, con la sola compañía de otras como ellas que lloran por el tiempo que les ha tocado vivir, duro, pero no dejemos que eso pase. No dejemos que ese pájaro de mal agüero tóxico y emponzoñado que quiere colarse en nuestro hogar, en nuestra memoria y en nuestra realidad, lo invada todo convirtiéndonos en simples sombras que vagan por este mundo con más pena que gloria intentado únicamente sobrevivir. No. No lo hagamos.

Alcemos nuestras copas y brindemos por un futuro en el que hay que creer. Un futuro incierto, es verdad, pero cargado de ilusiones y de sueños por cumplir. De esperanza y anhelo. Un futuro que nos pertenece y que no debemos dejar, bajo ningún concepto, que nos lo arrebaten.

Levantemos nuestras copas y brindemos por nosotros. Por nuestra capacidad, esfuerzo e inteligencia. Por quienes hemos sido, quienes somos y por lo que seremos, porque seremos.


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