Hoy me voy a sincerar y os voy a contar un secreto que, seguro, en el fondo, es compartido. Os voy a desvelar que sí, que, en ocasiones, pienso en tirar la toalla. ¿Quién no lo rumia alguna vez?
Y no es ésta una entrada para gimotear de lo injusto que es este mundo, que lo es. Ni tampoco para llorar amargamente por mi mala suerte. Ni siquiera será un desahogo porque la fortuna no se quiere desposar conmigo y decide matrimoniar siempre con alguien más guapo y más alto o, quizá, más famoso y con más amigos. No. No se trata de eso.
Hoy quiero contaros que la toalla, como en un combate de boxeo, algunas veces está en mi mano pesando sobremanera, obligándome a torcer el gesto y a doblar el brazo, con intención de ser arrojada al suelo y parar la pelea. Que suene la campana. Que suene ya.
Mi secreto es que hay días en los que las fuerzas flaquean ante miles de puertas cerradas a cal y canto. Días en los que el espíritu cede a la oscuridad de un futuro incierto, cargado de buenas intenciones y de sueños aún por cumplir, pero que se empeña, vaya si lo hace, en convertir el camino en un sendero lleno de espinas y piedras.
Ése es mi secreto. Ésa es la verdad.
A veces pienso en abandonar. A veces quiero abandonar, pero no lo hago. ¿Y sabéis? Creo no lo haré nunca.
Necia cabecita que se empeña en perseguir unicornios entre nubes de papel donde la virtud se premia y lo justo siempre gana. Aliento insensato que ilumina la mirada ante el fulgor, nimio y escaso, que por momentos se deja ver en las puertas cerradas.
Pienso en abandonar, en dejar de escribir, en dejárselo a otros, a aquellos que sí están llamados a triunfar, pero las palabras salen de mí como las flores brotan en primavera al amparo de los primeros rayos calientes de un sol con ganas de comerse el asfalto. Las palabras, guiadas por mis musas, que las tengo, fluyen de mi boca, de mi deseo, de mi alma y no puedo hacer nada para detenerlas. Así que…
A veces pienso en abandonar, pero las palabras no me dejan.
Me encanta que las palabras no te dejen tirar la toalla, el secreto más grande es que las palabras nunca se agotan, nunca mueren mientras haya un ser pensante sobre la faz de la tierra…
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Es verdad. No se agotan y, además, perduran.
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