
Ahora que se acerca el final de año, tendemos a hacer balance de todo lo bueno y malo que nos ha pasado; de lo vivido y lo perdido. También, cómo no, está en nuestra naturaleza, de todo lo que pudo haber sido y no fue. De esos trenes que no cogimos y de esas habitaciones de hotel a las que decidimos no ir. Esa mirada que se perdió entre la muchedumbre o aquel roce que dejamos pasar.
Nos gusta mirar atrás, recorrer el camino de nuevo soñando con un ayer que, en realidad, nunca existió, pero que creemos, como niños, que si cerramos fuerte los ojos, quizá, de algún modo milagroso, acontezca. Nos gusta vivir lo no vivido mientras nos olvidamos de vivir.
Nos gusta vivir lo no vivido mientras nos olvidamos de vivir.
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