Hace tiempo, en un país no muy lejano, vivía un joven escritor que tras muchas horas y horas de esfuerzo, lágrimas, lucha, malos sueños y mucho trabajo, por fin, un día nevado de diciembre, terminó una estupenda novela que tituló La habitación de abajo.
Con la obra terminada, corregida y mil veces leída, confiando en su suerte y sobre todo en su buen hacer pues sabía que su novela era buena, decidió mandarla a algunas editoriales. Hizo las copias oportunas, las encuadernó y, junto con una carta de presentación, mandó su manuscrito llenando los sobres también de ilusión y ganas de darse a conocer.
En su casa, ocupándose de otros asuntos, trabajando en nuevos y viejos manuscritos, esperó. Esperó durante meses hasta que un día, allá por el mes de marzo del año siguiente, le llegó una carta en la que se le comunicaba que una de las editoriales estaba interesada en su obra.
Más feliz que una perdiz, nuestro joven escritor empezó así una fructífera colaboración, codo con codo, con la editorial para convertir su novela en un libro que vender. Maquetación, corrección, portadas, tipos de tapas, tiradas, etc. llenaron su tiempo y su mente durante meses. Meses llenos de alegría, ilusión y de un sentimiento profundo de agradecimiento ya que, como debía ser, por fin, su trabajo, tantas veces olvidado en un cajón, vería la luz y sería disfrutado por ávidos lectores deseosos de vivir La habitación de abajo.
Pasó bastante tiempo, pero en septiembre pudo ver, por fin, su obra en un escaparte. El escaparte de la librería donde hizo su primera presentación y firma de libros. Luego vinieron más, pero siempre recordó ese día como uno de los más importantes de su vida.
La editorial se encargaba de la publicidad de la novela. Ponía anuncios en los medios de comunicación, preparaba encuentros con lectores y críticos, presentaciones de libros en distintas ciudades, notas de prensa, dosieres, fotografías, booktrailers, etc. Todo lo hacía la editorial y él, nuestro joven escritor, sólo debía disfrutar y seguir escribiendo. Su sueño se hacía realidad mientras él gozaba de la pasión de escribir y podía vivir de ello.
En otro lugar de ese mismo país no muy lejano, sentado en una silla frente al portátil, otro escritor, un novato nunca publicado, ponía el último punto a su primera novela. La tituló El desván. Estaba muy orgulloso y, además, algo en su interior le decía que había escrito una muy buena novela. Lee mucho, muchísimo y sabe diferenciar entre lo bueno y lo malo; entre lo decente y lo mediocre. Confía que otros, cuando la lean, también sepan diferenciarlo.
Armado de un buen buscador de internet, investiga y encuentra más de una docena de editoriales que encajan con el tipo de novela qué él ha escrito. Optimista y lleno de ilusión, hace las copias oportunas, las encuaderna y, junto con una carta de presentación, manda su manuscrito llenando los sobres también de ilusión y ganas de darse a conocer.
Se siente bien. Está haciendo lo que hay que hacer. Seguro que en poco tiempo alguna editorial se pone en contacto con él y publica su novela. Casi está seguro de ello.
El tiempo pasa y nadie contesta. Cada día revisa su buzón deseoso de encontrar una respuesta afirmativa, pero nada. Reenvía los correos y vuelve a esperar. Mientras la paciencia se convierte en alidada obligada, sigue escribiendo y leyendo, dándose cuenta de que si se pueden publicar algunas novelas verdaderamente malas, la suya también debería de tener cabida ya que, además, es muy buena.
Los días se suceden. También los meses y nuestro joven escritor novel no tiene respuesta de nadie. Ya ni siquiera revisa su buzón a diario. Sabe que allí no encontrará nada. Cansado decide volverlo a intentar una última vez. Nunca hay que perder la esperanza. Lo sigue intentado y decide buscar nuevas editoriales. Repite lo hecho y vuelve a esperar.
Años pasan desde ese primer envío y la paciencia ya no es compañera obligada porque se ha esfumado. Viendo que no obtiene respuestas, investiga por allí y por aquí. Lee lo que otros hacen y se entera de que, quizá, pueda publicar su novela de forma independiente; como los músicos graban a veces sus discos. Indaga, evalúa riesgos, gastos, etc., y decide que su obra merece la pena ser leída, aunque sólo sea por un puñado de personas. El dinero no importa. Es lo de menos.
Trabaja duro y, como no puede pagarse algunos de los servicios que las editoriales le prestarían si publicara con ellas, decide hacer por su cuenta la mayor parte del trabajo. Se hace una portada, maqueta la obra, la corrige y hasta se hace su propio booktrailer. Cuando lo tiene todo listo, se da de alta en una gran plataforma de autoedición digital y pone su novela, El desván, a la venta.
Contento y satisfecho, se lo comunica a sus allegados que le compran sus primeros ejemplares. Las ventas le animan y las primeras críticas de los que la leen también. Está muy feliz y además, su novela sale justo al lado de La habitación de abajo, una obra con muy buenas críticas que vende mucho. ¿Qué más se puede pedir?
Los meses desfilan y mientras La habitación de abajo sigue en los primeros puestos de las listas de venta, la suya, El desván, cae y cae sin cesar. ¿Qué es lo que falla?
Revisa, investiga y entonces se da cuenta. La publicidad. Eso es. Tiene que publicitar su obra.
Con paciencia y confiado de que esa es la solución, habla de su novela en blogs, foros, manda correos a revistas de literatura por si quieren reseñarla, lo pone en las redes sociales y, poco a poco, las ventas mejoran. No le hacen tanto caso como le gustaría, pero su novela vuelve a estar, por unos días, en los primeros puestos. Justo al lado de La habitación de abajo que no se mueve.
La publicidad es clave y nuestro joven escritor novel se da cuenta de que sin ella, su novela no será visible. Sigue y sigue con su promoción particular, compitiendo en un mercado voraz y salvaje, hasta que un día le llega un mensaje en una de sus redes sociales con una palabra que le deja marcado: Eres un spammer.
Spammer.
El joven escritor novel reflexiona sobre ello leyendo una y otra vez ese mensaje que le ha llegado. No entiende que él sea un spammer por hacer publicidad de El desván. Sólo quiere que la gente conozca su novela. Vuelve a leer el mensaje y seguido, le entra uno nuevo en su red social. Es un anuncio de La habitación de abajo.
Spammer.
De eso te acusan a la primera de cambio en sitios como «Meneame» y «Reddit». Son unos déspotas.
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