Mil vidas

Esta canción, ‘La del pirata cojo’, de Joaquín Sabina, es una buena forma de definir qué es ser escritor porque se suele decir que un lector vive mil vidas, pero yo añado que un escritor, también.

Cuando nos ponemos delante del papel en blanco, cuando pensamos una historia, cuando la imaginamos, vivimos distintas vidas. Somos un detective, un marinero o un sospechoso. Nos convertimos en asesinos, víctimas y testigos. Somos musas y sueños, culpables e inocentes. Somos tantas cosas. Podemos ser jóvenes o viejos, y vivir aquí o allí. Podemos ser quien queramos ser.

Cada palabra que sale de nuestra imaginación y nuestra pluma nos acerca a vivir, como en la canción de Sabina, mil vidas distintas. ¿Con cuál me quedaría? Para ser sinceros, no lo sé. Todas me gustan. Es posible que cada vez haya una respuesta. Tal vez tendamos a pronunciarnos de acuerdo a la última vida que hayamos creado, al último personaje ideado, a su historia, su existencia y su paso, lento y calmado, por la nuestra propia.

Durante meses fui detective, escritor, madame, monja o casera. Fui muchas cosas y ahora, al presente, frente a una nueva historia, no os puedo decir todavía lo que soy, pero es una vida distinta. Una existencia nueva que, poco a poco, se abre paso entre mis dedos intentando, a toda costa, ser la más importante. Siempre ocurre así. La última quiere destacar sobre las demás.

Lo curioso es que al reflexionar sobre este asunto, uno se da cuenta de que esas vidas siempre tienen algo de la nuestra propia y que la nuestra se alimenta, a su vez, de todas las imaginadas y escritas. Y es que la imaginación es poderosa, muy poderosa. Gracias a ella somos capaces de vislumbrar lo inimaginable. Somos capaces de ser quien no somos y de concebir, con todo lujo de detalles, lo que queremos ser.

¿Magia? No. Es el simple encanto y hechizo de la palabra.


Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.