Durante los últimos meses, me sentía bloqueada.
Estaba ocupada terminando de arreglar una novela corta (que me ha costado escribirla más que si fuera un novelón) para registrarla y empezar a moverla por ahí, pero tenía la sensación de que mi mente se había agotado. Era capaz de escribir para el blog y otras redes sociales; era capaz de imaginar un relato corto, pero no iba más allá. Las buenas historias parecían haberme abandonado. Se habían esfumado sin decirme siquiera adiós.
También estaba, y estoy, muy contenta porque dentro de poco, por fin, veré mi primera novela publicada en formato digital, pero tenía la impresión de que ésa iba a ser la única. No habría más porque no era capaz de crear más. Además, lo escrito me parecía corriente, mediocre, pobre… Era una simple sensación, pero parecía muy real.
Tal y como os expliqué en la entrada frente a la página en blanco, seguí mis propios consejos. Dejé de pensar en escribir e intenté que la inspiración llegara a mí sin yo buscarla. ¿Funcionó?
Comencé mi particular caminar por la falta de inspiración y por la falta de ideas. Dejé que me envolvieran las historias de otros, escuché atenta lo que desde el exterior se me decía, me empapé de noticias y titulares llamativos, pero no funcionaba. Mi mente seguía apagada como si alguien hubiera pulsado algún tipo de pequeño interruptor que extingue la creación o la imaginación. A estas alturas, debo confesar que quizá, sólo quizá, sea algo obsesiva cuando algo me preocupa. Pero la no inspiración pasó a ser una preocupación cuando el tiempo desfilaba ante mí sin descanso y sin piedad, y mi cabeza seguía fuera de combate. No sabía dónde se había escondido mi musa. ¿Dónde estaba? Sólo deseaba con todas mis fuerzas que no me hubiera abandonado para siempre.
Al final, siguiendo mis propios consejos, que otras veces me habían sido de utilidad y que por eso os los di, decidí olvidarme de verdad de escribir algo nuevo. Pero no olvidar a medias, como había hecho hasta el momento, autoengañándome, sino olvidar del todo. Ya llegaría. Tenía que llegar. Tarde o temprano lo haría. Siempre había sido así por lo que, ¿por qué esta vez iba a ser diferente?
Tras ese tiempo de angustia por no poder escribir nada decente donde todo lo que salía de mi mente me parecía vulgar, poco atractivo, aburrido e incluso malo, muy malo, algo pasó. Algo sucedió.
Muchos son los que dicen que las musas sólo te encuentran si estás trabajando, pero yo difiero de esa opinión. Mi musa no llegó mientras escribía. Mi musa fue más allá y vino a verme de una manera un tanto peculiar.
Hace unos pocos días, una noche en las que el calor ya empezaba a hacer que sobraran las mantas, la musa quiso amarme de nuevo. Se presentó en mi sueño y allí jugó conmigo. Correteó por mi cerebro y más lejos, donde nacen la imaginación, las ideas y la creación, se instaló durante toda la noche. Se acomodó para que mi mente, por fin, viera la luz.
Una pesadilla fue lo que ocurrió. Un aterrador sueño que escribí resumido en un folio y que hoy germina fuerte. Todavía es una simple semilla, pequeña, muy pequeña, pero que cada día va creciendo con fuerza.
Creo que llegará a ser un buen árbol.
Una respuesta a “Bloqueada”