
Libros. Los hay de todas clases. Para todos los gustos y para todos los públicos. Los hay que te hacen llorar, sentir miedo, reír, enfadarte… Pero todos ellos, seguro, te hacen viajar. Son una entrada de primera fila para uno de los mayores espectáculos del mundo. Solo es necesario tener un poco de imaginación, ganas y dejarse llevar. Además, los libros, sean cuales sean sus temáticas, no son únicamente la puerta a la historia que en sus páginas se te cuenta. No. Son mucho más.
Te relatan una aventura, la que sea, y te acercan, de un modo sutil, sin que apenas te des cuenta, otra historia más. Otra que se esconde en cada palabra, en lo que costó colocarla, en por qué se eligió. Y es que detrás de un libro hay otras historias compuestas por las experiencias de quien lo escribió. Por sus noches en vela soñando con los personajes a los que luego amarás u odiarás; por sus obsesiones por unos u otros verbos; por buscar el mejor de los finales, no siempre felices, pero que deben de ser el mejor que se pudo escribir.
Cuando lees un libro, te sumerges también en la mente de quien, con calma o con prisa, con mano firme o quizá temblorosa, decidió un día compartir contigo una historia. La que te cuenta y la que oculta tras las palabras de ese libro que te ofrece.
Leer es aprender. Es soñar. Es coger de la mano a novatos o expertos, a viejas glorias o a pipiolos recién horneados, y dejarte llevar por una senda desconocida en la que no sirven los atajos, y perderse puede ser divertido.
Los libros son como las piedras de una gran muralla. Cada libro es una roca; un canto que va formando, sin que lo percibas, esa fortaleza que será tu imaginación, el sentimiento, la comprensión y el entendimiento. Esas historias, que perdurarán eternamente aunque pasen los años y los siglos, serán parte de los cimientos de tu mente y solo depende de ti hacerlos más y más fuertes o dejar que se derrumben.
Los libros. Los hay de todas las clases. Para todos los gustos y para todos los públicos. Solo debes escoger el tuyo.