Ojos de sal

Mansas transcurren las horas, lentas y calmadas. Con las palmas de sus manos rozando el cielo, recuerda la magia de un primer ensueño, la locura de aquel placer que había llenado su vida de plenitud. Ahora, sola, paseando por un largo camino, arrastrando los pies hacia la soledad de la playa, quiere olvidar.

Marcha con la mirada ausente, perdida en la memoria, con lágrimas fijas, saladas como las olas que bañan sus pies. Va corriendo sin alma, vacilando en si acercarse al mar y así, huir del mundo.

¿Qué hacer? ¿Cómo olvidar el tiempo en el que cada noche él la visitaba?

Con paso firme, mira asombrada por última vez la hermosura del anochecer y la luz reflejada de la luna sobre el terso rostro del mar.

Se desprende de sus ropajes mostrando la beldad de un animal que tal vez cierre por siempre los ojos. Se quita una túnica para ponerse otra: las olas. Y sin miedo, coge la vida entre sus palmas, arrastra su dolor al abismo, lo mide con el precio y, sin más, atrae a su seno a la dama oscura y eterna de la muerte.

Sus lágrimas y las del mar se funden en armoniosa danza cubriendo a ese ángel de una belleza que sólo las ánimas pueden ver.

Su rostro se empapa de espuma salada y su interior se llena de sal. Su primer deseo es salir, huir, correr, abandonar, pero es demasiado tarde. Está atrapada en ese laberinto de irrealidad que no puede más que sucumbir. Sus ojos, abiertos ante el abismal fondo del mundo, se quedan fijos, sin movimiento, solo con el deseo de olvidar.

Su piel blanca se vuelve frágil cielo mortecino y sus labios, violetas cubiertas de rocío se tornan. Sus cabellos juguetean con guirnaldas de coral y algas. Sus dedos tocan un rostro sin fondo, una imagen sin aire anhelando la ternura de un amante. Mientras, la vida pasa fugaz por su mente y sus recuerdos le asolan el alma. Se siente besada por unos labios fríos y gélidos como el invierno. Se siente amada por una pena helada.

Poco a poco, su corazón se deshoja. Van cayendo uno por uno todos los pétalos de su flor quedando tan solo el pistilo; quedando tan solo el vacío. Con el pensamiento clavado en una burbuja, suspira por última vez y su pena, por fin, cesa.

Su cuerpo queda como una estatua; como la misma imagen de un ángel cuyas alas no han podido ascender por el peso del pecado que cargan. El cielo y el mar son su panteón, su tumba, su olvido, su nada.

La eternidad transcurre lenta y pesada, y la infinitud visita cada día a esa muchacha que sigue allí parada con la mirada fija, perdida. Sus labios, tenues rayos de luna, son besados cada noche por ella.

Su cuerpo desnudo permanece envuelto en melancolía y, bajo un aura de enorme tristeza, parece una marioneta movida por los hilos de la melodía suave del mar que ve, cada día, las últimas lágrimas derramadas por el olvido.

A pesar de las fragancias que emanan lentas desde el abismo a sus pies, su belleza sigue inmaculada. El paso del tiempo no se atreve a tocarla, no puede, y no ha conseguido borrar la majestuosidad de un amor que superó los límites del sueño y la vida.

Copyright © Texto: Verónica García-Peña


Una respuesta a “Ojos de sal

  1. Divino, hermoso. Quiero a esa mujer de mi lado y tejerle un mar en sus ojos por toda la eternidad y amarla como se merece y cuidarla tan sutil pero tan sutil como ella es. Como ella sueña. Vive. Con sus lluvias en sus pestañas suspendidas… Con ese amor tan profundo para dar. Con su gravedad sobre mi piel enraizada como orquídea del trópico. Ella.¡Sí a ella! Deseo buscarla, tenerla. Robársela al sol. Al mismo mar. Que sea una conmigo. Una indivisible. Total. Inquebrantable. Y amarla hasta la eternidad como ella se merece. A ella, la que dibujas entre tus teñidas y eternas letras resaltantes. Como negritas de una escritura que no se separa de ti y que yo estoy adherido como musgo o extensa liana que atrapa mi ser inseparable al tuyo…Al de ella.

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