
Cada vez son más los que se animan a hacer reseñas, lo que es de agradecer pues así es más fácil abarcar la gran cantidad de novedades que se publican cada año, pero hay quien se olvida de su carácter didáctico y constructivo; sobre todo de la parte analítica. Esto no significa, tampoco, tener que hacer una tesis cada vez que uno habla de un libro, pero sí sería de agradecer una mayor evaluación.
Así las cosas, las reseñas, en los últimos años, han sufrido una mutación hacia dos tipos o formas un tanto peculiares de llevarse a cabo que a continuación explicaré. Por un lado, nos encontramos con las que tienden a un juicio solo negativo; es decir, solo hablan de lo malo del libro. Por otro lado, están las que se hacen solo a través de fotografías donde lo que menos importa, en realidad, es el libro a reseñar.
Sobre el primer tipo, hay quien se ha convertido en un reseñador en cuyos textos lo que destaca -a veces es lo único que destaca- es cualquier aspecto negativo que logre hallar en el libro leído. De hecho, creo que desde el principio lee la novela no por el disfrute de la lectura, sino para buscar los fallos y errores que esta pueda contener. Ahora, al parecer, se lee con rotulador y cuaderno de apuntes para que ningún error pase por alto. Lo de disfrutar de la lectura es algo del pasado.
Hacer reseñas, desde mi punto de vista, debería ser un ejercicio noble de consejo y análisis y no un pretexto que uno aprovecha para sacar la animadversión que siente por este o aquel escritor o por esta o aquella editorial. Últimamente, he leído reseñas que me han dejado helada. Críticas en las que lo importante no es el argumento del libro, sus personajes, la trama o la estructura. Nada de eso importa porque queda relegado a la suelta de ataques soeces tanto al literato en cuestión como a su obra. Además, al parecer, cuanto más soeces sean los calificativos, más calidad y más prestigio parece adquirir la reseña en sí. Muy al estilo de tiempos pasados, rancios y con olor a naftalina y quizá, también a puros.
Si una novela no te gusta, no hay ningún problema en que lo digas y lo compartas. Explicas de forma ordenada y educada los motivos y listo. Para gustos, los colores; no obstante, no es de recibo ese afán destructivo escudado en la libertad de expresión.
Ejemplos sobre este proceder podemos encontrar muchos, sobre todo en estos tiempos en los que todo se comparte y todo parece ser público. Solo hay que darse una vuelta, y no necesariamente larga, por las redes sociales y por algunas revistas y periódicos para encontrar este tipo de reseñadores y este tipo de críticas.
Y de la opinión únicamente negativa, pasamos a otro modo de hacer reseñas que está muy de moda y cuyos usuarios han crecido de forma exponencial en los últimos años gracias, sobre todo, al auge de redes sociales como Instagram. Consiste en hacerse una fotografía con un libro, poner un par de frases sobre el mismo, a veces el resumen oficial, y listo. Nada más. Tres o cuatro frases a lo sumo. Cortas. Al ver algunas de estas reseñas (que yo nos las llamaría de tal forma), uno se pregunta: ¿qué es más importante, el libro o quién lo sostiene en la fotografía?
No todas son así, por supuesto, ya sabéis que no me gusta generalizar y hay verdaderos reseñadores, serios y profesionales, que utilizan la fotografía como apoyo para dar más fuerza a sus reseñas. Yo lo he hecho alguna vez para dar mayor difusión a algunas criticas concretas. Es cierto que en estos casos, la fotografía se centra en el libro y el reseñador no suele aparecer. No al menos de forma continua o siempre. Pero hay quien solo lo hace como postureo. Es decir, se hacen la foto con el libro y escriben unas frases sin entrar en detalles ni molestarse demasiado en su análisis. Frases que podían servir para ese libro o para cualquier otro. Una fotografía en la que en realidad se puede sustituir el libro por un bocadillo de jamón. El libro es un producto, mercancía y nada más.
Lo que une este tipo de reseñas, las del postureo, con las anteriores, las negativas a toda costa, es que, al final, lo importante no es el libro. Nunca lo es. Lo importante es la persona que hace la crítica bien a través de la palabra o bien a través de la fotografía. Con la fotografía se ve más claro. Imaginad: yo en la playa con un libro; yo en la cafetería con un libro; yo en distintos lugares de mi casa con un libro; yo, yo, yo…
Lo triste del asunto es que este tipo de reseñadores no hacen ningún favor a la literatura. Tampoco a los que sí hacemos crítica desde el amor al género y la pasión por los libros. Solo convierten el libro en un accesorio más de su persona. Son gente que utiliza la literatura para darse importancia, para intentar destacar y para convencer, tanto a sí mismos como a los demás, que son alguien importante, aunque no lo sean.
Dos nuevos tipos de #reseñas: las del #postureo y las #negativas a toda costa. En ambas, lo importante no es el #libro. Nunca lo es. Lo importante es la persona que hace la crítica bien a través de la palabra o bien a través de la fotografía.
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Buenos días. Yo con las fotitos de instagram o Facebook, no puedo. Es todo el rato un yo continuo. Además de que sacan fotos de libros cada tres días. ¿Cómo les da tiempo a leerlos? Uno a la semana, vale, pero dos o incluso tres y cuatro. Me parece inviable. Y superficial.
Muchas gracias por tu aporte.
Saludos.
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Hola, José Antonio.
Muchas gracias por leer y comentar. Estoy de acuerdo contigo. Es algo que también me pregunto a veces. Sobre todo cuando veo determinados perfiles.Creo que hay quien no lo hace; no lee los libros. Solo se saca la foto para que la editorial y el autor les mencionen y les den difusión. A ellos. Al yo. Esto es un poco como esas personas que cada vez que publican algo en redes sociales etiquetan hasta al primo lejano de Albacete. El yo a toda costa para sacar rendimiento personal de cualquier cosa.
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