
Cuando uno termina su trabajo y lo hace público, sea este de la índole que sea, se expone a las críticas. Da igual a que te dediques. Puedes ser cocinero, escritor, periodista, artesano, cineasta o escultor. Todo trabajo exhibido será observado, examinado y después será enjuiciado.
La crítica, según la RAE, es «el examen y juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística», y aunque solemos asociar la palabra crítica a juicios generalmente desfavorables, no tiene por qué ser así. También existen las buenas críticas.
Una vez aclarado esto, volvemos al motivo por el que escribo esta entrada. Se trata de saber o intentar, en la medida de lo posible y de la mejor forma, encajar y hacer frente a esas valoraciones, buenas o malas. Y es que tan negativo puede resultar no saber afrontar las malas críticas como creerse a pies juntillas las buenas.
Cuando uno recibe una mala opinión, puede estar en desacuerdo con ella. No creerla justa e incluso pensar que se trata simplemente de ganas de decir algo malo de alguien solo por decir algo. Aun así, es bueno leerlas, analizarlas e intentar entenderlas. Eso puede llevarnos a valorar mejor nuestro trabajo y a corregir posibles errores cometidos, ya que nadie es perfecto y es posible que en alguno hayamos incurrido.
Hay valoraciones negativas muy bien hechas y a tener en cuenta puesto que algo que haces no guste, no significa que sea malo o esté mal. Sencillamente no encanta y es que, oye, para gustos los colores. Cada uno tiene sus preferencias y su forma de pensar. Lo que a ti te parece bien, a mí puede que no. Lo importante es no dramatizar.
También hay opiniones destructivas. Sobre estas, la mejor forma de afrontarlas es ignorarlas. A diferencia de una mala crítica constructiva, una destructiva solo pretende hacer daño o mella en el artista. Cuando una valoración está preñada de adjetivos despectivos, cargada de negatividad y rezuma soberbia o insolencia, tiendo a no hacerla caso.
Otro tipo de críticas, que las que más nos gustan, debemos reconocerlo, son las buenas. Aquellas que alaban nuestro trabajo y que nos enaltecen. Está muy bien que nos sintamos elogiados, que nos gusten y las compartamos, pero al igual que ocurre con los juicios negativos, hay que saber entenderlas, valorarlas en su justa media y no recrearse solo en ellas. Si uno se cree demasiado bueno, el mejor de los mejores, corre el riego de que el ego ocupe todo su tiempo, y que su creatividad y magia, aquello por lo que un día fue aplaudido, se desvanezca entre la egolatría y el narcisismo.
Las buenas críticas sientan bien, son agradables y refuerzan la convicción de seguir adelante con el trabajo que haces, sea cual sea, pero tampoco hay que caer en la lisonjearía sin medida. Todos los escalones a los que te eleven y te eleves, son fáciles de retroceder. Caer de la escalera no es difícil y cuanto más engreído y pretencioso te hayas vuelto, mayor será el golpe. Además, si uno solo vive para esas críticas positivas y aduladoras, el día en el que desaparezcan, el sentimiento hondo de fracaso, de estrella caída y olvidada, será difícil de superar.
Ya veis que afrontar las críticas tiene lo suyo, pero, en el fondo, se trata solamente de utilizar el sentido común. Ni lo malo es tan malo, ni lo bueno tan bueno. Todo hay que saber valorarlo en su justa medida. Eso hará que seamos más objetivos no hundiéndonos frente a un mal juicio de valor (no hay que perder de vista que al final son opiniones) o que nos convirtamos en supuestas estrellas inalcanzables que están por encima del bien y el mal. Lo dicho. Sentido común. Lo importante es saber mantener el equilibrio.