El contrato

Ahora que tengo próximo tu aliento, no sé si debo acercarme más. Quizá corresponda, pero mi condición me lo impide. No está bien que nos relacionemos.

¿Por qué? Tú lo sabes bien. No deberíamos ni hablar.

No juegues conmigo. No llores. No derrames ni una sola lágrima más, pues no conseguirás convencerme. Solo enloquecerme.

Haces que mi conciencia, de la que carezco, aparente real cuando no lo es. ¿Acaso no ves que por mucho que supliques no está en mi naturaleza sentir compasión? Yo no sé qué es la compasión. Tampoco la misericordia. No me implores porque no te servirá de nada.

Sé que no debo acercarme más y aun así lo hago. A veces, hasta yo sufro de debilidad. Tu pena me hace zozobrar. Me hace padecer aunque mi corazón… ¡No tengo corazón!

No debería siquiera mirarte. No debería pensar en ti más allá de la firma que más abajo debes plasmar.

¿Miedo? ¿Yo? ¿De qué? ¿De tus quejas y tus lágrimas? ¿De tu arrepentimiento tardío? Yo no tengo miedo, pero quizá tú sí que deberías tenerlo.

¿Culpa? Yo no puedo sentir culpa, pues la culpa solo está en el espíritu y la conciencia de quien peca y para pecar, hay que creer. Y yo no creo. Yo sé.

Fuiste tú quien quiso este final.

«Lo que yo daría. Daría mi vida. Daría mi alma».

¿No lo recuerdas? Pues deberías. Esas frases dichas frente al espejo. Esas peticiones en la oscuridad de tu alcoba. Seguro que sí lo recuerdas, aunque reniegues. Pues ahora ha llegado el momento.

¿Quieres quemar este papel?

¡Quémalo!

Pero otro nuevo aparecerá porque fuiste tú quien lo decidió así. Fueron tus actos, deseos y pensamiento. Solo tú eres el culpable.

¿Arrepentido? De nada sirve. Qué frágiles que sois los humanos que prometéis sin pensar en cumplir. Qué ilusos e insensatos que os creéis por encima del bien y del mal.

¡Necios!

¿Cuántos años lleva tu raza haciendo lo mismo? Siglos, milenios y no aprendéis. Nunca aprendéis.

¿Por qué lo hacéis? A veces por dinero, codicia o poder y, otras, las menos, por amor. Este último quizá sea el más honrado de todos vuestros deseos, pues hasta yo sentí una vez amor.

¿Sorprendido? No deberías ya que el amor es lo único perdonable en el corazón que no tengo y en esa alma tuya que un día vendiste y que hoy vengo a cobrar.

¿Quieres hacer añicos este contrato?

¡Adelante!

De nada servirá.

Otras veces no cumpliste tus promesas, pero esta la cumplirás. No te quepa la menor duda. Además, te recuerdo que mi paciencia es infinita. Tengo todo el tiempo de tu mundo y del mío.

¿Creíste que, por no firmar en su día, serías libre?

¡Iluso!

Aquí estaré esperando cada segundo de cada día y cada noche de tu mísera vida hasta que escribas tu nombre en la línea de puntos.

Aquí estaré. Siempre estaré.

……………………………………………

Copyright © Texto: Verónica García-Peña


Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.