Sucede la aurora en un tiempo escaso de vida viendo transcurrir lentas las gotas de rocío que se evaporan, ya ausentes de alma. Y en ese tiempo extraño a mis ojos, admiro con valentía el sublime sueño de mi atardecer.
Es temprano el día y lejana la madrugada en la que mi genio se suelte y con él, mi vida, mi alma y mi cuerpo.
¡Oh, crepúsculo dorado de mi corazón! Ansias de transcender poseen ya mis ojos.
Ese apagado albor que como saeta perdida acude cada mañana a mi ventana, ¿por qué sigue aquí? ¿Por qué no se va? Quiero que ese decrépito tumulto de voces y movimientos se extinga y la chispa me envuelva.
Mi suerte, cual caballo desbocado, se excita y acelera al placer de lo mundano, pero tal concepto no agrada a mi mente.
Quiero, deseo que la inspiración con su larga vida me envuelva. Esa bella imagen pálida y pura. Esa mujer que jamás se deja amar y que, como araña suntuosa, te deja entrar entre sus hilos y después te besa con la hiel de sus labios siendo frío el beso, pero el más dulce que tu alma pruebe.
¡Oh, Dios nimio! Quiero huir de esta condición humana y volar. ¿Dónde se ha metido mi musa?
Me despediré antes de las flores de mi casa, del hogar donde mi madre me dio vida y de esas lindas armonías que cada mañana a mi lado vuelan. Una nota tras otra de campanas, de voces infantiles. De esas otras amantes que antes que mi destino vinieron a besar mis labios.
Me despediré sin una lágrima de todo lo que amo, de todo lo que odio.
Me vestiré. ¡No! Mejor desnudo como un bebé. Ese será mi ropaje. Listo y preparado, soñador empedernido de quimeras, para llegar por fin al desenlace de mi largo sendero.
Azotad mi pecho, nubes de carmín; besad mis ojos, campanillas del campo; oíd mis gritos, desagradecidos de vuestra tierra, y admirad la elevación de mi alma.
Yo, y solo yo, iré a su lado.
Al lado de la dama de los sueños.
Al lado de la eterna señora de los genios para ser su siervo y su rey.
Copyright © Texto: Verónica García-Peña