La curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo de vuelta

Desde pequeña, siempre he oído ese refrán que dice que “la curiosidad mató al gato”. Una forma de indicarnos que no fuéramos indiscretos, entrometidos o cotillas. Pero también, desde bien pequeña, yo siempre he apuntado que “la satisfacción lo trajo de vuelta”. Y es que así lo creo.

Cierto que hay diferentes tipos de curiosidad: la sana y la malsana. De la última, la malsana, no voy a decir nada, pues todos sabemos en qué consiste y para qué sirve, que no suele ser para nada bueno. Voy a hablar de la primera, de la curiosidad por observar, descubrir, descifrar, investigar y explorar. Ver más allá de lo que a simple vista se nos presenta. No conformarnos.

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Cuando empecé Sociología, muchos eran los profesores que nos decían que para ser un buen sociólogo era importante saber observar y ser muy curioso. Después, en periodismo, otros dijeron lo mismo. Un periodista debe indagar, preguntar, curiosear… En ambos casos uno debe plantarse el porqué de las cosas. Como escritor, añado que es muy importante ser curioso y tantear qué hay más allá de lo que vemos. Así pueden nacer estupendas historias. No conformarse con lo que la supuesta realidad nos regala e investigar y escarbar un poco más. Soplar el polvo que la cubre y así averiguar cosas interesantísimas que, de otro modo, nunca hubiéramos descubierto. Si seguís leyendo, entenderéis mejor a qué me refiero.

Hace poco, en la ciudad de Soria, paseando por su cementerio tras haber visitado la tumba de Leonor, la mujer de Antonio Machado, descubrí un panteón que me pareció misterioso. Estaba muy cerrado, era muy hermético y no tenía mucho adorno ni parafernalia. Algo que llamaba la atención, pues su sobriedad destacaba sobre el resto de tumbas y mausoleos cercanos. La curiosidad entró en juego y no pude más que acercarme a su puerta y probar a ver si se podía abrir. Cerrada. No había marera de entrar. Algo normal por otro lado. No suelen estar abiertas para que desconocidos que merodean por el lugar hagan una visita turística.

El caso es que, por un momento, pensé en dejarlo estar, pero la curiosidad volvió a escena e hizo que me asomara, con cautela y cierto temor debo reconocer, nunca sabe uno qué se puede encontrar al otro lado de una puerta cerrada, al ojo de la cerradura del panteón. Y vaya. Qué sorpresa. A pesar de la oscuridad reinante pude intuir que allí dentro descansaba una tumba distinta, diferente y desde luego, sorprendente. Fue impresionante.

Ayudada del flash del móvil pude hacer un par de fotos que después, al ver con calma, sólo hicieron que la satisfacción me trajera de vuelta más que complacida.

Mirad la siguiente foto y veréis lo que encontré.

Panteón_desc.

Al margen de la dejadez, la suciedad, las telarañas y los restos de una obra que no parece ir muy bien, ese ataúd de madera tan bien conservado y diferente, casi con forma de casco de barco, con la estatua de una mujer tumbada sobre él, quizá la fallecida, y el ángel niño ayudándola a cubrirse con sus enormes alas desplegándose, es espectacular. Una imagen hermosa, llena de ternura y belleza, escondida tras una puerta negra de hierro cerrada.

No sé a quién pertenece el panteón ni quién está allí enterrado, pero ahora, tras la curiosidad y la satisfacción, puede, si queréis, entrar en juego la imaginación. O, tal vez, la verdad, si alguien la conoce.

Muchos dirán que no está bien hacer eso, perturbar el descanso eterno de los fallecidos, pero creo que conocer con respeto y consideración las ciudades de los muertos, su arte fúnebre, puede decirnos mucho de cómo somos y de cómo nos gustaría ser recordados al morir. O de cómo nos recuerdan, según se mire.

Otro día, si os apetece, haremos más excursiones por nuevos lugares que también esconden sorpresas. Sólo hay que dejarse llevar por una curiosidad sana, observar, investigar y, de repente, descubrir que más allá de lo que a simple vista se ve, se esconden incontables y furtivos secretos que desvelar, imaginar y concebir.


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