Iba yo el pasado 9 de julio temprano por la calle Marqués de San Esteban de Gijón (Asturias), en dirección a un hotel donde había quedado para hacer un par de entrevistas —fue durante la Semana Negra— y de camino, mientras pensaba en esto y aquello, y en miles de cosas más, zas, algo me hizo pestañear. Un banco y una pegatina escrita a máquina de escribir.
Me paré, retrocedí un par de pasos que había dado y me acerqué al banco. Cómo no hacerlo, ¿verdad? Debía saber qué decía aquel particular mensaje, si es que decía algo.

Cómo descansa la tierra
Sin esa funesta plaga
Que suelta todo lo estraga
Y en casa un virus encierra
Eso dice el mensaje del banco. Un poema —de tipo redondilla o cuartilla, con rima abrazada (abba)— que me recuerda a Lope de Vega. Una reflexión amarga recogida en octosílabos, muy realista, sobre nuestro paso por este planeta, por este mundo. Sobre nuestra manera de convivir con la naturaleza y ese afán que tenemos por destruirla en lugar de conservarla. Egoístas. Eso nos llama el poema del banco. Egoístas a los que hay que encerrar para que la tierra respire; para que la naturaleza pueda coger algo de ventaja ante nuestra codicia.
Ya veis que es muy importante no conformarse con lo que la realidad nos regala. Hay que escarbar un poco más porque así uno ve y encuentra curiosidades y rarezas que, de algún modo, aunque en ese momento no lo parezca, ayudan a crear historias, a formarse como persona, a descubrir más sobre el lugar donde vives o donde viajas. Y ayudan a saber que por Gijón hay poetas urbanos que regalan versos ásperos cargados de verdad.
Reblogueó esto en Verónica García-Peña.
Me gustaMe gusta